La turbulencia en el paisaje (fragmento)
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La turbulencia en el paisaje (fragmento)





La turbulencia en el paisaje
(fragmento)





por @Signa_Lab | 4 de julio de 2022



A propósito de los hechos ocurridos en la iglesia de Cerocahui, Chihuahua, el pasado 20 de junio, donde tres personas ―los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales (el padre Gallo) y César Joaquín Mora Salazar, y el guía de turistas Pedro Eliodoro Palma― fueron asesinados, en Signa_Lab recuperamos fragmentos del ensayo La turbulencia en el paisaje de Rossana Reguillo, publicado originalmente en el libro Juvenicidio (Valenzuela Arce, 2015, ed.) y que aborda conceptos como necropolítica en torno a la violencia que ha vivido el país en los últimos años. Consideramos que estas reflexiones, en tanto que forman parte de las preocupaciones analíticas de este laboratorio, ayudan a enmarcar sucesos de violencia devastadora como los ocurridos en Chihuahua y que es en la comprensión de tan terribles eventos, y de formas de indignación colectiva, que la sociedad puede avanzar hacia el reclamo de justicia y su erradicación. Acompañamos este texto, que data de 2015, de visualizaciones de datos a partir de la conversación digital que rodeó el ataque y asesinato de Javier Campos, Joaquín Mora y Eliodoro Palma.











La Turbulencia en el Paisaje



Rossana Reguillo Cruz



Muchos años han pasado desde que Michel Foucault elaborara su teoría sobre el biopoder, que después se convertiría en la muy visitada biopolítica, que ha sido una fuente inagotable para comprender distintos procesos a través de los cuales el poder gestionó la vida de los ciudadanos a través del control, la sanidad, la eugenesia, la estadística, entre otras tecnologías.

Achille Mbembe un pensador camerunés ―que no es dato menor― dedicado a pensar lo que él denomina «la larga noche del mundo africano postcolonial», acuñaría la noción de necropoder o necropolítica, que inspirada en el pensamiento foucaultiano, quiere colocar el énfasis en el poder de hacer morir y dejar vivir. Este poder de muerte, se inscribe en la lógica del capitalismo salvaje que ha cosificado la vida.

Para Mbembe (2011), «el locus postcolonial es un lugar en el que un poder difuso, y no siempre exclusivamente estatal, inserta la “economía de la muerte” en sus relaciones de producción y poder: los dirigentes de facto ejercen su autoridad mediante el uso de la violencia».

Desplazar la pregunta por el control sobre la vida, al poder sobre el control de la muerte, el necropoder.







Un día, ayer, un instante perpetuo



En México el horror se ha vuelto una categoría de análisis. A lo largo de mi investigación en torno a las violencias vinculadas al narcotráfico y de manera especial su relación con los universos juveniles en el país, tanto a través de los (pocos) datos duros que circulan de manera oficial, como a través de mi trabajo etnográfico, he podido constatar la presencia de jóvenes ―cada vez de menor edad―, en la espiral de violencias en la que cada acto parece ser el definitivo, el más brutal. Por ejemplo, me pareció que con la masacre de 16 jovencitos en Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez, el 31 de enero de 2010, el horror había alcanzado un límite intolerable, no podía haber nada peor. Pero poco después la sangre volvió a inundar un barrio popular en Ciudad Juárez, esta vez con la ejecución de 14 personas, jóvenes la mayoría y con 19 heridos de gravedad, un 22 de octubre de ese mismo año fatídico.



“En la tarahumara ya faltan lágrimas para llorar nuestro dolor”, expresó Héctor Fernando Martínez, vicario de la diócesis tarahumara tras el asesinato de dos sacerdotes jesuitas el pasado lunes. Esta nube muestra la descarga de 40 mil tweets emitidos entre el 20 y 22 de junio. Entre las palabras más frecuentes destacan “dolor”, “asesinato” y “sacerdotes”, que dan cuenta del pasmo frente a los hechos ocurridos en Cerocahui.

He sostenido en diversos ensayos y artículos de opinión, que el neoliberalismo equivale a un poder de ocupación y que su fuerza principal radica en la transformación de la sociedad «desarrollista» en una sociedad bulímica que engulle a sus jóvenes y luego los vomita: en narcofosas, en la forma de cuerpos ejecutados y torturados; en la forma de cuerpos que ingresan a las maquilas como dispositivos al servicio de la máquina; como migrantes; como sicarios, «halcones», «hormigas», «mulas» al servicio del crimen organizado; como soldados sacrificables en las escalas más bajas de los rangos militares; como botargas acaloradas de las firmas de fast food que proliferan en el paisaje. La enumeración de las formas en que «la catástrofe» de la idea de vida y la vida misma que viven millones de jóvenes precarizados en el mundo, en Latinoamérica, México, escapa al poder de síntesis y a la capacidad de indignación. […]

Grafo de interacciones entre hashtags (ht2ht) de la conversación sobre el ataque y asesinato de dos sacerdotes y un guía de turistas en Cerocahui, Chihuahua. Se muestran 855 nodos y 3.5K aristas en 67 comunidades. Entre los hashtags destaca un módulo central en el que emerge la amplia cobertura informativa; debajo, dos comunidades: una de crítica a autoridades y otra de reclamo con hashtags como #NoMasViolencia #Jesuitas y #Cerocahui









Escuchar la disforia, repensar el horror



A través de mi trabajo sobre las emociones, un camino que inicié en 1998 con una investigación sobre la construcción social del miedo en América Latina, se puede llegar a la siguiente formulación: las emociones son individualmente experimentadas, socialmente construidas y culturalmente compartidas. Esto significa que son las personas las que experimentan miedo, dolor, tristeza, ira, alegría, esperanza; esas emociones son construidas, modeladas y moduladas por la sociedad que define ―históricamente―, aquellos elementos o situaciones que provocan tales emociones, pero es la cultura la que articula y provee a las emociones de un marco de operación, se trata del tejido simbólico, la cultura como sentido compartido, como espacio de consensos ―con unos― y disensos ―con otros―, y que permite dotar de una significación trascendente al mundo y a las emociones que experimentamos, más allá de los límites de nuestra propia piel. Es en la cultura donde se actualiza el conflicto y la disputa por los modos de sentir y de pensar.

La conversación en Twitter muestra dos grandes núcleos de discusión, por una parte la cobertura informativa pero, a raíz de los hechos, la condena e indignación por lo ocurrido. En esta visualización se exponen más de 4 mil tweets que conformaron la discusión digital y entre los que destacan los señalamientos críticos del periodista desplazado @cardonamex, el pronunciamiento del papa Francisco @pontifex_es, y la condena desde distintos frentes del ataque.

Lo que en México se ha venido experimentando frente a las violencias brutales, se compone de diversas emociones negativas: horror frente a la muerte de otras y otros, que conduce al miedo por la amenaza real o difusa que esa violencia representa para mi propia vida, que me lleva a estados de tristeza e incertidumbre por la incapacidad de ejercer un mínimo de control sobre esas amenazas, sobre ese horror, sobre ese miedo; a la larga lista de masacres, decapitaciones, desmembramientos, desapariciones, se siguen episodios de ira, de odio. En 2014 dije que México es un país disfórico (Reguillo, 2014); trato ahora de poner en contexto esta afirmación.

Propongo entender la disforia como una emoción «maestra» y no como una patología psiquiátrica. La disforia es una emoción desagradable y molesta que se alimenta de diferentes «estados de ánimo», generalmente tristeza, miedo, desesperanza. La literatura especializada sobre este «trastorno» es primordialmente de carácter médico psiquiátrico (referido al individuo), aquí se intenta sacar la disforia de este registro para ponerla a funcionar en clave antropológica. Dejar hablar a la emoción desde sus arraigos empíricos, desde la intersubjetividad de grupos y personas que comparten este paisaje turbulento.

De entre los innumerables carteles, pancartas, dibujos que los manifestantes de Occupy Wall Street utilizaron, hay uno que me sigue pareciendo especialmente relevante para entender la atmósfera de la época convulsa que atravesamos; la llevaba un joven menor quizás de 20 años, en la primera toma del puente de Brooklyn allá por los intensos días de octubre de 2011; a paso lento y sin mezclarse con otros manifestantes, el rostro de ese joven me impresionó para siempre, mitad tristeza enorme, mitad enojo sin límite, su pancarta decía: If you are not angry, you are not paying attention.

Cuando la ola de indignación empezó a crecer en México a raíz del ataque a los jóvenes normalistas de Ayotzinapa el 26 de septiembre de 2014, recordé con nitidez aquella pancarta: «si no estás enojado, es que no estás prestando atención». Muchos corresponsales extranjeros, algunos periodistas nacionales, como muchísimas ciudadanas y ciudadanos, abrieron los ojos, sin aliento, como si estuvieran frente a hechos que parecían inéditos, pero no, no lo son. Aunque inédita sea la cruda y aterradora evidencia del grado de descomposición en las estructuras del Estado, que no puede ya esconder en ningún boletín de prensa, en ninguna declaración, pose o lamentación que la narco política capitalista controla buena parte del paisaje nacional.

Hay tres elementos centrales que quisiera colocar a propósito de lo que significa Ayotzinapa más allá de la crónica de los brutales hechos. En primer término, obligó al país a prestar atención sobre la magnitud del problema de violencias en el territorio nacional; volvió tematizable, audible, fotografiable que las y los jóvenes constituyen el sector más vulnerable, victimizable, matable, desaparecible en el México contemporáneo y, propició una conversación colectiva en la que a través del diálogo (los gritos también), en las calles y en las redes, diversos y numerosos actores de la sociedad civil, «descubrieron» que su malestar, su «disforia» no era personal, que no estaban solas, solos, en esa experiencia distópica que significa vivir en el país de las fosas clandestinas.



El ataque a la iglesia de Cerocahui generó una amplia cobertura informativa. Esta visualización muestra las 83 publicaciones más relevantes según el algoritmo de Google News. En la misma se encuentran las publicaciones de 10 medios nacionales y 9 internacionales abordaron el tema en los primeros dos días de ocurridos los hechos.

Me parece que las movilizaciones en torno a Ayotzinapa tuvieron tanta fuerza, creatividad, imaginación, justamente porque lograron un desplazamiento de la ideología a «las verdades éticas». El hashtag #TodosSomosAyotzinapa se convirtió rápidamente en un espacio que permitía el amplio reconocimiento principalmente de jóvenes, que han sido los que han comandado la protesta y la imaginación en los nuevos lenguajes de la resistencia activa.

Finalmente, quisiera plantear que resulta imposible entender las movilizaciones estudiantiles y juveniles en torno a Ayotzinapa, sin acudir a la historia reciente de las movilizaciones y articulaciones del 2011 (Acampadas) y 2012, «Yo Soy 132». El seguimiento puntual y el análisis de las redes que se han movilizado, lleva inmediatamente a todos los nodos nacionales e internacionales del movimiento Yo Soy 132. Esto resulta fundamental, especialmente para poner en clave de futuro Ayotzinapa y sus derivas.

En esa constante especie de ceguera adultocéntrica, cuando en la emergencia de Yo Soy 132, muchos analistas dijeron que «finalmente» la juventud mexicana había despertado, ignorando que nunca ha estado dormida y que se ha mantenido activa, en diferentes escalas, casi todas de carácter micro (…) [en] una larga lista de modos en los que se insertan y buscan incidir en las necesarias transformaciones de una sociedad cuyo «proyecto» no aguanta más.

Eso es lo que las y los jóvenes oponen al necropoder, al neoliberalismo que los condena a ser dóciles reproductores de una realidad que los excluye, los elimina, los desaparece. A la voracidad de la máquina de muerte y la gestión de la catástrofe, ellas y ellos oponen resistencia creativa. Falta mucho por hacer, la realidad es inclemente y los indicadores preocupantes. Pero hago mías las palabras de Amador Fernández Savater: «la política consiste, pues, en la construcción, a partir de eso que sentimos como una verdad, de formas de vida deseables, capaces de durar y sostenerse materialmente. Las verdades éticas dándose un mundo». Y eso es justamente lo que las y los jóvenes están decididos a realizar: darse ―y de paso, darnos―, un mundo.

Las urgencias en este paisaje turbulento son muchas, el desafío es inmenso, pero se empieza a cambiar cuando se decide caminar juntas. Juntas y juntos caminamos el camino de esas 43 luces que abrieron un posible horizonte.







El texto completo puede encontrarse en:

Reguillo, Rossana (2015). La turbulencia en el paisaje: de jóvenes, necropolítica y 43 esperanzas. En Valenzuela, J.M.(coord) Juvenicidio: Ayotzinapa y las vidas precarias en América Latina y España. (pp. 59-77) México: NED Ediciones/ITESO/El Colef



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